Sorpresa de amor. 3
El capitán puso en marcha el yate y Edneris dejó el ramo de rosas sobre la mesa, frente al largo sofá atornillado firmemente al suelo por si la corriente se volvía violenta. Le gustó mucho cómo era el interior de aquel lugar, y fácilmente habría pasado horas contemplando cada detalle; sin embargo, Owen entró a buscarla, pues la verdadera sorpresa estaba afuera, en la popa, por suerte ya no llovía y la noche pintaba para ser completamente estrellada hasta el amanecer.
Mientras el yate avanzaba sobre el agua, Edneris se sintió como en una escena de Titanic: Owen iba detrás de ella, abrazándola con firmeza, levantó el brazo derecho, le acarició la mejilla y lo atrajo hacia sus labios, necesitaba un beso.
— Me ha encantado cada una de tus sorpresas. — susurró contra sus labios.
— Me alegra que te hayan gustado, pero todavía no hemos terminado. — dijo Owen, tomando sus caderas.
— ¿Crees que el capitán nos vea haciendo travesuras? — preguntó Edneris al girarse hacia él.
— Si solo estuviéram