Malas sorpresas y sorpresas. 2
Edneris no tenía idea de por qué, al abrir los ojos, lo primero que vio fue el techo blanco y, de reojo, una bolsa con suero. Giró la cabeza ligeramente y siguió con la mirada el tubito conectado a aquella bolsa, que a su vez estaba adherido a su brazo. No tenía la menor idea de qué demonios estaba pasando ni por qué estaba tumbada en una camilla. Cuando recordó los minutos antes de perder la conciencia, se espantó terriblemente y quiso bajarse de la camilla, pero justo en ese momento la doctora entraba junto a Owen y Verónica, quien había tomado el primer vuelo al enterarse del accidente.
— ¡Por favor, no se levante! — la doctora la acostó de nuevo con firmeza.
— ¿Qué está pasando? ¿Por qué estoy aquí? ¡Owen! — comenzó a llorar, mucho más asustada al verlo con otra ropa y sin el collarín; por un segundo pensó que estaba alucinando.
— No llores o me vas a obligar a sedarte. — advirtió la doctora, con la misma amabilidad que siempre tenía con ella.
— Todo va a estar bien, y verás que h