Atravieso el corredor, determinada y decidida a expiar mis culpas. Abro la puerta que conduce al patio y salgo al exterior para recibir la lluvia divina que proviene del cielo. Una vez que mis pies tocan la grama, la lluvia comienza a bañar mi cuerpo hasta empaparlo. Caigo de rodillas al piso y le suplico al señor por su perdón.
―Lo siento, lo siento, Señor ―lloro y ruego con desconsuelo―. No debí ir a aquel lugar, no fue mi intención desobedecerte, tampoco intento excusarme, pero no tuve otra opción más que hacerlo ―rodeo mi cuerpo con los brazos para apaciguar el intenso frío que está a punto de congelarme―. El padre siempre me lo advirtió, me dijo en varias ocasiones que el demonio me asechaba, sin embargo, nunca pude verlo ni sentir su presencia a mi alrededor… hasta esta noche.
Sin poder evitarlo, sus ojos verdes se cuelan dentro de mi cabeza para tomar control de mis pensamientos y hacerlos suyos. En un instante vuelvo a revivir todo el placer que me hizo sentir cuando estuve e