Tiempo después, Brenda despertó.
No fue un despertar limpio ni amable; más bien, una ascensión lenta y torpe desde un pozo profundo. Casi inconsciente, fue recuperando el aliento a tirones, como si cada bocanada de aire fuera una cuerda que la arrastraba de vuelta a la realidad.
Y, a medida que su respiración se estabilizaba, también lo hacía su conciencia… lo suficiente para darse cuenta de que no estaba en ningún lugar que reconociera.
Ya no estaba en la calle. Tampoco en su refugio improvisado.
Entonces, ¿por qué demonios estaba en un hospital?
El blanco luminoso de las paredes la devolvió a un mundo que había dejado atrás hacía mucho. Un cuarto demasiado limpio, demasiado silencioso, demasiado… seguro. Un lugar donde ella no encajaba.
¿Qué le habían puesto en aquel pan para dejarla tan enferma como para terminar aquí? La pregunta le martillaba la cabeza, golpe tras golpe.
Fue entonces cuando la puerta se abrió.
Entró un hombre. No cualquier hombre: uno de esos médicos que parecen