John
Al despertar esa mañana, John ni siquiera notó la ausencia de su esposa. Como de costumbre, encontró el café listo en la mesa. Se sentó y lo bebió más despacio de lo habitual. El aroma familiar ya no le brindaba consuelo. Algo era diferente esa mañana. Algo silencioso… demasiado silencioso.
El silencio a su alrededor parecía ensordecedor. Ni un sonido, ni un movimiento. Probablemente Elizabeth se había ido temprano a la iglesia, como todos los días, y no regresaría hasta que él se fuera a trabajar.
Últimamente, apenas se veían. Y cuando lo hacían, su mirada era distante, sin brillo. Lo evitaba con una delicadeza casi dolorosa, como si no quisiera causarle más incomodidad. La joven espontánea y sonriente que había conocido apenas hablaba ahora. Estaba sumisa, resignada a la vida que él le había impuesto.
John quería castigarla, pero en el fondo, él también estaba siendo castigado. La relación entre ambos se había vuelto insostenible, una tortura silenciosa.
El día de su boda, habí