Desde aquel encuentro, Elizabeth empezó a notar a Steve en varios lugares, incluso en la iglesia, algo que a primera vista parecía una coincidencia. Pero no lo era.
Steve había pasado a observarla discretamente, buscando oportunidades para acercarse a ella. Siempre con respeto, le hacía invitaciones para almorzar o cenar, que ella, invariablemente, rechazaba.
Aquella tarde, Elizabeth salía animada de la obra donde sería su futuro restaurante.
Las reformas estaban casi terminadas y, en breve, podría firmar el contrato e iniciar la instalación del local. Apenas pisó la acera, vio a Steve acercándose.
—Buenas tardes, señorita Stewart —la saludó él, sonriente.— Nos hemos cruzado con frecuencia... ¿será alguna señal del cielo?
Elizabeth no pudo evitar una leve sonrisa.
—Buenas tardes, señor Taylor. La ciudad es pequeña, es natural que nos encontremos —respondió ella con naturalidad y un leve sonrisa.
—Sí… eso facilita bastante —contestó él, admirando a la mujer frente a él, con la sonrisa