Poco después de que Bruce salió, Pamela entró por la puerta con su presencia impactante: perfumada, con la ropa perfectamente ajustada al cuerpo, el cabello impecable y un labial rojo vibrante. No se podía negar que estaba hermosa, y esta vez no intentó disimular sus intenciones con un tailleur más discreto.
Pamela caminó hacia él, el tacón fino resonando en el piso, cada paso calculado para llamar la atención.
—¡John! ¿Por qué no me has atendido? Desde la última vez que estuve aquí intenté contactarte para deshacer la mala impresión que dejé… —dijo con un tono meloso que podría conmover a cualquier hombre. Pero no a él.
John permaneció sentado, observándola con una mirada indescifrable. Pamela, sintiéndose alentada por ese olhar diferente, se aproximó y dejó el escote más expuesto, revelando buena parte de sus pechos.
Por un instante, John consideró ceder. Ahogarse en aquel cuerpo, intentar olvidar el vacío. Pero entonces se levantó de repente, haciendo que Pamela se sobresaltara. La