John
John bajó las escaleras con paso firme, pero dentro era un caos.
Entró en la oficina, cerró la puerta tras él y apoyó las manos temblorosas sobre el enorme escritorio.
Respiró hondo, intentando contener la ira que le hervía en el pecho.
Repasó mentalmente la lamentable escena que acababa de vivir.
Quizás había sido demasiado duro con Elizabeth.
Se pasó una mano por el pelo. Sabía que había sido cruel... pero tenía que serlo. Era la única manera de poner a prueba la máscara que llevaba. Y tarde o temprano, caería.
Elizabeth no parecía una cazafortunas en absoluto. Era educada, amable y dulce. Esto solo lo hizo sospechar aún más.
«Las mujeres dulces... son lo peor».
Elizabeth formaba parte de un trato por una cuantiosa recompensa, un contrato, nada más. Y él haría todo lo posible por mantener las distancias.
Maldita sea... susurró, irritado consigo mismo. Tomó un vaso y se sirvió un generoso trago de whisky. Bebió un sorbo despacio, contemplando su reflejo en el cristal de la estan