Al entrar en su condominio, Jacob se quitó de inmediato la chaqueta de cuero que llevaba puesta. La arrojó sin mucha ceremonia sobre el sofá del salón y pasó una mano por su cabello, todavía húmedo por la lluvia. Luego se dirigió a la cocina. Al llegar al refrigerador, lo abrió y tomó una cerveza en lata. Apoyado contra la puerta, la destapó y dio un largo sorbo.
Jacob Shaw tenía treinta años y era arquitecto titulado en Suiza. Tras graduarse de la preparatoria, decidió cursar la universidad allí. Una de las razones por las que eligió estudiar tan lejos de su familia fue el deseo de forjar su propia identidad, distinta a la de su hermano gemelo, Joshua. Eran tan parecidos que la gente los confundía constantemente. Al principio se molestaban en corregir los errores, pero con el tiempo se cansaron y dejaron de hacerlo. Para lograr separarse de esa imagen compartida, ambos tomaron caminos distintos. Jacob optó por estudiar la universidad en Suiza.
Su estancia en ese país le permitió desarrollar su identidad y su independencia. Nadie lo llamaba Joshua, y sabía que a su hermano le ocurría lo mismo.
A Jacob le gustó genuinamente vivir allí, tanto que, tras graduarse y convertirse en arquitecto, decidió establecerse de manera permanente en Suiza.
Al principio trabajó durante tres años en un despacho de arquitectura, pero finalmente decidió fundar el suyo propio. No fue fácil dirigir una empresa, pero su dedicación y esfuerzo dieron resultado. Con el tiempo, la firma JS Architectural Firm se convirtió en una de las más importantes de Suiza.
Otra de las razones que lo llevó a regresar a Estados Unidos fue su deseo de expandir la firma a su país natal. También quería hacerse un nombre en el lugar donde había nacido.
Jacob respiró hondo mientras se despeinaba con los dedos el cabello aún húmedo. Se detuvo al recordar por qué lo tenía mojado: la imagen de una mujer apareció de pronto en su mente, aquella con la que se había cruzado varias veces en los últimos días, la misma que lo había ayudado después de su accidente.
La verdad era que Jacob no lograba entender del todo la extraña fascinación que sentía por ella. Había algo en esa mujer que no sabía explicar. Desde la primera vez que la vio, cuando lo asistió tras el accidente de moto, había quedado grabada en su mente. Su rostro aparecía de pronto en sus pensamientos y, para ser sincero, había una parte de él que deseaba volver a verla. Parecía que el destino jugaba a su favor, pues no dejaban de encontrarse por casualidad. Como aquella noche en el bar de un amigo, cuando volvió a verla. No pudo apartar la mirada de ella en toda la noche.
Otras mujeres se le acercaron mostrando interés, pero él no les prestó atención. En cualquier otra ocasión, quizás habría aceptado sus insinuaciones, pero esa vez no. Aunque algunas de ellas se le pegaron de manera evidente, él permaneció indiferente. La razón era simple: no podía sacar de su cabeza a aquella mujer a la que solo había visto una vez.
Durante esa noche en el bar, la observó casi todo el tiempo, y su instinto de vigilancia no fue en vano: estuvo a punto de intervenir cuando un hombre se mostró demasiado atrevido con ella en la pista de baile. Jacob no solía entrometerse en los problemas ajenos, pero esa noche sintió la necesidad de hacerlo. Quiso protegerla… y lo hizo.
Esa tarde, no había esperado volver a verla, y mucho menos compartir el ascensor con ella en el edificio donde acababa de mudarse. Había comprado el condominio hacía menos de una semana, así que aún no conocía a los demás residentes.
Al principio pensó que ella vivía allí, pero estaba equivocado. Solo estaba visitando a alguien del edificio, aunque no tuvo la oportunidad de saber si se trataba de su novio. Recordaba haberle hecho la pregunta, pero el repentino regreso de la electricidad en el ascensor interrumpió su conversación.
Sin embargo, aquella posibilidad no le parecía nada descabellada. No sería raro que tuviera novio. Con esa belleza, era imposible que no tuviera admiradores. Y, por alguna razón, Jacob no pudo evitar sentir una punzada de decepción al pensarlo.
—¡Mierda! —maldijo en silencio para sí mismo. Dio otro trago a la cerveza que sostenía, y cuando la lata quedó vacía, se separó del refrigerador y la lanzó con descuido al bote de basura.
Salió de la cocina y se dirigía a su habitación cuando, de pronto, algo se le cruzó por la mente. Cerró brevemente los ojos, debatiéndose internamente sobre si debía o no actuar según aquel impulso. Finalmente, por su propia tranquilidad, decidió no entrar en el dormitorio y regresó a la sala para hacer una llamada a la seguridad del edificio.
Tras unos cuantos tonos, un guardia respondió. —Hola, habla Jacob Shaw del departamento 205 —se presentó.
—Sí, señor. ¿En qué puedo ayudarlo? —respondió el guardia.
Jacob soltó un suspiro profundo. Guardó silencio unos segundos antes de hablar. —Una mujer vino de visita hace un rato —empezó—. Llegó a tal hora... Creo que se llama Monique, aunque no estoy del todo seguro.
No estaba completamente convencido de que ése fuera su nombre. Recordaba haberlo escuchado en el bar, cuando su amiga la llamó así, pero no podía garantizar haber oído bien. Otro error suyo había sido no preguntarle directamente su nombre durante sus múltiples encuentros. Ella sí sabía cómo se llamaba él, después de todo.
—Ah, la señorita Monique —respondió el guardia, como si supiera exactamente de quién hablaba—. La señorita Monique suele venir con frecuencia, señor.
—¿Cuál es su nombre completo? —preguntó Jacob, deseando confirmarlo.
—Castaneda, señor. Monique Castaneda —contestó el guardia.
Jacob frunció el ceño. ¿Monique Castaneda? El nombre le sonaba familiar, aunque no lograba recordar de dónde. Tal vez lo había leído en algún lugar, o alguien se lo había mencionado. Después de todo, era un nombre bastante común.
—¿Vive aquí? ¿O está visitando a alguien? —continuó con sus preguntas. Esa era, en realidad, la segunda razón de su llamada. La primera había sido averiguar su nombre; la segunda, saber a quién estaba visitando.
—Es amiga de la señorita Amy, señor. Viene a visitarla —respondió el guardia.
Jacob no supo por qué, pero sintió un inesperado alivio. No pudo evitar que una ligera sonrisa se dibujara en sus labios.
—Hmm… ¿por qué lo pregunta, señor? ¿Acaso hizo algo? —preguntó el guardia con curiosidad.
Jacob negó con la cabeza, aunque sabía que el guardia no podía verlo. —No, no hizo nada. Solo quería saber —respondió con naturalidad—. De todos modos, gracias por responderme.
Se despidió y colgó la llamada. Una sonrisa aún le curvaba los labios mientras se dirigía finalmente a su habitación.
—Marisa, ¿ya llegaron todas las citas programadas para esta hora? —preguntó Monique a su asistente, Marisa, en la clínica veterinaria, mientras la miraba de reojo.
Marisa consultó la pantalla del ordenador para comprobar si todas las citas habían sido atendidas. —Sí, doctora —respondió al cabo de un momento, levantando la vista para encontrarse con la de Monique.
Monique asintió. —Estaré en mi oficina. Llámame si surge algún problema —indicó.
—Sí, doctora —replicó Marisa. Cuando Monique estuvo a punto de entrar en su despacho, se detuvo al escuchar el sonido del atrapasueños con una campanilla colgado junto a la puerta de la clínica: señal de que alguien había entrado.
Miró hacia allí y no pudo evitar sonreír al ver a su novio, Joshua, entrar en la clínica. Sus miradas se cruzaron y él sonrió de forma automática.
Con una sonrisa en los labios, ella se acercó a él y él hizo lo mismo. Al acercarse, se inclinó para darle un beso rápido en los labios.
—Hola, amor —la saludó.
—Hmm... hola. ¿Qué haces aquí? —preguntó ella un momento después. Sabía que tenía una reunión de trabajo al mediodía con un empresario; se lo había mencionado esa misma mañana. Él solía informarle su agenda diaria, hasta el punto de que a veces tenía la sensación de que le podría dar su agenda para que supiera dónde estaba. Decía que era para que ella supiera su horario y pudiera localizarlo en caso de emergencia cuando él no contestara.
—La reunión es cerca, así que se me ocurrió pasar y traerte el almuerzo —contestó. Alzó ligeramente la mano y entonces ella notó la bolsa de plástico con el logo de un restaurante conocido.
—Oh, gracias, amor —dijo Monique, agradecida. Era muy considerado: aun con su apretada agenda, había encontrado tiempo para traerle comida.
—Por cierto, amor. ¿Tienes planes para este domingo? —preguntó él—. ¿Vas a salir con Amy?
Ella negó con la cabeza. —Nada planeado. ¿Por qué lo preguntas?
—Tenemos una cena familiar. Quiero que vengas. Sería perfecto. Mi hermano Jacob también va a estar; quiero presentarte —explicó.
—De acuerdo. Avísame la hora —respondió ella.
Él asintió. —Paso por tu condominio —propuso.
—Está bien —aceptó ella.
Al rato lo vio mirar su reloj. —Me tengo que ir —dijo, volviendo la atención hacia ella—. Podría llegar tarde a la reunión.
—Vale —contestó ella.
Él le entregó la bolsa de plástico que traía.
—Mmm... te acompaño hasta la puerta —sugirió ella.
—No hace falta, amor —rechazó él—. Me las arreglo —añadió.
Ella suspiró profundamente. —Está bien. Cuídate —dijo.
—Lo haré —aseguró él. Se acercó, la abrazó y salió de la clínica.
Por segunda vez, ella soltó un suspiro hondo. Apenas acababa de irse y ya lo extrañaba.
Monique se dio la vuelta y entró en su oficina, dejando sobre el escritorio lo que Joshua le había traído. Se sentó en su silla giratoria y, como ya era mediodía, decidió almorzar. Sacó la comida que él le había comprado, y una sonrisa iluminó su rostro al ver que era su plato favorito: brisket de res. Él sabía exactamente qué quería comer en ese momento.
Comenzó a comer y casi terminó todo lo que él le había traído. Como todavía no eran ni la una, decidió quedarse en su oficina a descansar un poco. Tomó su celular y revisó brevemente sus redes sociales.
Estaba en eso cuando su asistente, Marisa, llamó a la puerta.
—Adelante —dijo Monique.
La puerta se abrió y Marisa asomó la cabeza. —Doctora Monique, tenemos un cliente sin cita. Quiere vacunar a su dóberman —le informó.
—De acuerdo. Dile que me espere un momento —respondió.
—Claro, doctora —contestó Marisa.
Monique dejó el celular sobre la mesa y se levantó de la silla. En lugar de salir directamente, entró al baño dentro de su oficina.
Se cepilló los dientes para refrescarse y eliminar cualquier rastro del brisket en su aliento. Al terminar, recogió su largo cabello en un moño algo despeinado, dejando que algunos mechones sueltos cayeran alrededor de su rostro. Luego, salió de la oficina.
Monique se quedó momentáneamente inmóvil al ver quién era el cliente sin cita del que Marisa le había hablado. Era Jacob, el hermano gemelo de Joshua.
—Hola. Qué gusto verte de nuevo —la saludó él con su voz profunda y grave, manteniendo la mirada fija en la suya.