Monique se apresuró a secar las lágrimas que se habían deslizado por sus mejillas justo cuando la puerta de su habitación se abrió y su hija Maxine entró.
—¿Mami? —dijo Maxine, mirándola con atención.
Monique se mordió el labio inferior por un instante. Se aclaró la garganta para deshacer el nudo que sentía y respondió: —¿S-sí?
En lugar de contestar, Maxine se acercó a ella y la abrazó. Monique no pudo evitar conmoverse. Intentó con todas sus fuerzas contener las lágrimas, pero siguieron acumulándose en sus ojos.
—Mami —dijo Maxine al separarse del abrazo.
—¿S-sí? —repitió Monique, con la voz temblorosa.
Pero en vez de hablar, Maxine levantó la mano y le secó las lágrimas con delicadeza.
Monique volvió a morderse el labio, intentando evitar que las lágrimas cayeran.
—Por favor, no llores, Mami —dijo Maxine en voz suave—. No estamos enojados por tu mentira. Lo entendemos.
—¿Q-qué? —murmuró Monique, sin comprender.
—Papá nos explicó por qué mentiste, Mami —añadió Mason.
Monique parpadeó