—¿Es normal que Cinnamon esté actuando así? —preguntó Amy, con la voz llena de preocupación mientras acariciaba con ternura la cabeza de su mascota.
Monique se encontraba dentro del condominio de Amy. Había notado antes que su amiga cojeaba al abrirle la puerta y que llevaba un vendaje en el pie. Ahora, observaba al perrito acurrucado en los brazos de Amy y se levantó del sofá para acercarse.
—Déjame encargarme de Cinnamon —ofreció Monique, extendiendo suavemente los brazos para tomarla—. Hola, Cinnamon —le dijo con dulzura, acariciando su pelaje—. ¿Qué te pasa, pequeñita?
—¿Qué tiene? —preguntó Amy, con la preocupación reflejada no solo en la voz, sino también en su rostro.
Monique desvió la mirada del perrito hacia su amiga antes de responder. La angustia de Amy era evidente.
—Cinnamon no ha comido mucho. Hoy, cuando intenté alimentarla, comió con ganas. Incluso estuvo jugando por toda la sala, y de repente se puso así… se echó y no quiso moverse más. Pensé que solo estaba cansada de tanto correr —explicó Amy, sin apartar los ojos de su perrita.
Monique asintió, pensativa. —Hmm… ¿has notado que Cinnamon ha estado más cariñosa contigo estos últimos días? —preguntó.
Amy asintió enseguida. —Sí, ha estado inusualmente cariñosa —confirmó.
—¿Y su comportamiento en general? —continuó Monique.
—He notado algunos cambios —respondió Amy.
—¿Un poco irritable a veces también?
Amy volvió a asentir, confirmando las sospechas de Monique. Ya tenía una idea bastante clara de lo que podría estar ocurriendo, aunque necesitaba examinar a Cinnamon más de cerca para asegurarse. Palpó suavemente el abdomen del animal y notó que estaba ligeramente abultado.
Una sonrisa se dibujó en el rostro de Monique mientras seguía acariciando a la perrita. Su corazonada había sido correcta. —Felicidades, Cinnamon —dijo sonriendo.
Amy la miró confundida. —¿Por qué la felicitas? —preguntó con el ceño fruncido.
Monique le devolvió una sonrisa cálida. —Cinnamon está esperando cachorros —le informó.
No pudo evitar notar el brillo que apareció en los ojos de su amiga ni cómo su boca se abría en gesto de sorpresa.
—Cinnamon está embarazada. Tu bebé va a tener bebés —repitió Monique con un tono divertido.
—Oh —respondió Amy, y en ese momento, Monique vio cómo la alegría iluminaba su rostro—. Oh, Cinnamon, ven aquí —llamó a su mascota.
Cinnamon respondió con un alegre ladrido. Monique se la entregó con cuidado.
—Vas a ser mamá —le dijo Amy con cariño—. Estoy tan feliz por ti.
—Tráela a la clínica mañana; por ahora le daré unas vitaminas —sugirió Monique—. También agendemos un chequeo para asegurarnos de que tanto ella como los cachorros estén bien.
Amy asintió agradecida, sonriendo con calidez. —Gracias, Monique —dijo con sinceridad.
—De nada —respondió Monique. Luego tomó asiento junto a su amiga. Amy dejó a su mascota en el suelo con cuidado y se alejó un poco, probablemente para atender a Cinnamon.
—Por cierto, ¿cómo está tu pie? —preguntó Monique después de un momento, mirando el vendaje que cubría el pie de Amy.
—Todavía me duele —admitió Amy con sinceridad.
—¿Ya fuiste al médico? —preguntó Monique con preocupación.
—Sí, fui —confirmó Amy.
—¿Y qué te dijo?
—Solo me recetaron analgésicos y me programaron una cita de seguimiento para mañana —explicó Amy.
—¿Quieres que te acompañe? —ofreció Monique, sabiendo que a su amiga podría resultarle difícil ir sola al hospital.
—No, Monique. Tameka ya se ofreció a venir conmigo, pero gracias por preguntar —respondió Amy con una sonrisa.
Monique le devolvió la sonrisa. Luego, tras unos segundos, apoyó una mano en el respaldo del sofá. —Por cierto, hoy compartí el ascensor con el hermano gemelo de Joshua —comentó.
—¿De verdad? —respondió Amy, interesada.
Monique asintió. —Creo que también vive aquí.
Amy se encogió de hombros. —Puede ser, quizá en otro piso. Nunca me lo he cruzado por aquí —dijo. Tras una breve pausa, añadió con curiosidad—: ¿Y te presentaste como la novia de Joshua?
Monique negó con la cabeza. —No. Prefiero que sea Joshua quien me presente —respondió.
—Tiene sentido. Es mejor que él lo haga —coincidió Amy. Luego sonrió con picardía—. Aunque, siendo justa, el hermano gemelo de Joshua está bastante guapo —bromeó.
Monique arqueó una ceja. —¿En serio, Amy?
Amy soltó una risita. —No me malinterpretes, Monique. Son idénticos y ambos son atractivos. Pero el hermano de Joshua tiene algo… un toque más sexy —añadió riendo.
—¿Porque tiene pinta de chico malo? —preguntó Monique, divertida.
—Exactamente —contestó Amy entre risas.
Monique no pudo evitar poner los ojos en blanco ante el comentario. Nunca entendía del todo por qué su amiga tenía debilidad por los hombres con aire de chico rebelde. Jacob ciertamente proyectaba ese tipo de energía, aunque Joshua le había dicho que su hermano tenía un buen corazón. Su expresión seria y su apariencia intimidante no necesariamente significaban que fuera antipático.
—Bueno, ya sabes lo que dicen: no juzgues un libro por su portada —comentó Monique.
Amy, sin embargo, tenía otra opinión. —A mí me parece que los chicos con ese tipo de apariencia te hacen sentir protegida —dijo con convicción—. Cuando estás con ellos, te sientes segura, porque los demás ni se atreven a meterse contigo por miedo a tu acompañante.
Monique asintió, recordando el incidente en el bar, cuando un hombre la había irrespetado y Jacob intervino para defenderla. Aunque él no recurrió a la violencia, su sola presencia bastó para intimidar al agresor. Amy tenía razón: esa noche, ella realmente se había sentido segura con él.
—Tienes razón —admitió Monique finalmente.
Amy rió divertida. —Entonces… ¿te gusta un poco? —la molestó—. ¿Quieres que le pida a Joshua que te lo presente formalmente?
—Muy graciosa —replicó Monique entre risas.
Ambas se echaron a reír, aunque, en el fondo, Monique pensaba hacerlo de verdad. Cuando viera a Joshua, planeaba pedirle que le presentara a su hermano a Amy; tal vez su amiga también encontrara el amor. Amy seguía soltera, y aunque muchos hombres se interesaban en ella, siempre había sido bastante exigente cuando se trataba de relaciones.
Monique pasó casi una hora en casa de Amy antes de decidir que era momento de regresar. No quería que su propio Shih Tzu, Cocoa, se quedara con hambre. Cocoa y Cinnamon eran hermanos, ambos comprados en la misma tienda de mascotas. El dueño les había asegurado que los dos Shih Tzus eran de la misma camada, así que las amigas decidieron adoptarlos juntas, para que los perritos pudieran verse de vez en cuando.
—Tengo que irme, Amy —dijo Monique mientras se ponía de pie.
—¿No te quedas a cenar? Puedo pedir algo a domicilio —ofreció Amy.
Monique negó con la cabeza. —No, cenaré en casa. Seguramente Cocoa ya tiene hambre —respondió.
—Está bien —dijo Amy sin insistir. Ella también se levantó del sofá.
—Te acompaño hasta la puerta —dijo, haciendo el ademán de ponerse de pie del todo.
—No hace falta, Amy. Deberías descansar el pie —la detuvo Monique con una sonrisa—. Puedo arreglármelas sola.
—De acuerdo. Gracias por venir, y maneja con cuidado —pidió Amy.
—Lo haré —respondió Monique—. Nos vemos —se despidió antes de salir del departamento.
Al salir del condominio, se dirigió directamente al ascensor. Una vez dentro, presionó el botón de la planta baja. Mientras descendía, rezó en silencio para que no se fuera la luz otra vez. No quería volver a quedarse atrapada. Por suerte, la vez anterior no había estado sola; de lo contrario, el susto habría sido mayor.
Poco después, el ascensor se detuvo y las puertas se abrieron.
—Oh —exclamó al ver que estaba lloviendo. Se detuvo en seco, sin poder avanzar hacia su coche, pues había olvidado su paraguas. No tenía idea de que llovería; el clima había estado agradable todo el día.
Monique esperó un rato, observando la lluvia caer con paciencia, hasta que notó que comenzaba a amainar.
Sujentando su bolso cruzado contra el cuerpo, decidió arriesgarse y correr hasta su auto. No quería regresar al condominio de Amy solo para pedirle un paraguas prestado.
Justo cuando se disponía a correr, alguien la sujetó del brazo. El contacto la sorprendió, un ligero estremecimiento recorrió su cuerpo.
Giró la cabeza, y sus labios se entreabrieron apenas al encontrarse con la mirada de Jacob. Era él quien la había detenido.
—¿Qué pasa? —preguntó.
En lugar de responder, él abrió un paraguas y soltó su brazo.
—Te acompaño hasta tu coche —dijo con su profunda voz barítona.
Ella estuvo a punto de rechazar su oferta, pero él volvió a tomarla suavemente del brazo, guiándola con firmeza hacia el estacionamiento.
—¿Dónde está tu coche? —preguntó.
Ella señaló en la dirección donde lo había dejado, y caminaron juntos bajo el paraguas.
Cuando se acercaban, Monique sacó del bolsillo del pantalón el control remoto del auto y presionó el botón para desbloquearlo.
—Gracias —le dijo con sinceridad, girándose hacia él.
Jacob asintió brevemente en respuesta. Monique se volvió para abrir la puerta, pero no se dio cuenta de que el pavimento estaba resbaladizo. En un instante, perdió el equilibrio.
Sus ojos se abrieron de par en par, pero antes de que pudiera caer al suelo, unos brazos fuertes rodearon su cintura.
Alzó la vista y se encontró con los ojos oscuros e intensos de Jacob. Por un instante, quedó atrapada en aquella mirada profunda, hasta que logró recuperar el equilibrio y se apartó un poco de él.
—Gracias otra vez —dijo, agradecida.
Él no respondió. En cambio, abrió la puerta del coche para ella. —Sube —ordenó con su voz grave y resonante.
Monique se apresuró a sentarse en el asiento del conductor. Jacob cerró la puerta por ella y, al mirar por la ventanilla, lo vio alejarse.
Lo observó unos segundos mientras se alejaba bajo la lluvia, hasta que encendió el motor y condujo fuera del lugar.