Habían pasado cuatro meses desde el accidente, y por primera vez, la habitación del hospital estaba vacía. Alice había sido dada de alta. El cuarto donde pasé tantas noches pidiendole a Dios, leyendo y esperando, ahora tenía el aire pesado de los lugares que guardan demasiada historia. Me quedé unos minutos más después de que se la llevaron, respirando el silencio, como si dejarla ir también significara soltar parte de mí.
Claire la acompañó a su departamento, el mismo donde todo comenzó, con paredes que olían a pintura nueva y recuerdos a medio reconstruir. Yo ayudé a llevar algunas cosas, pero cuando ella entró, sentí que no era el momento de quedarme. Era su espacio. Su reencuentro con una vida que ya no recordaba. Una vida de la que yo no era parte.
A los pocos días, Claire me llamó. Su voz temblaba.
—Tuve que decirle —susurró—. Le conté lo de su madre.
Cerré los ojos. Sabía que ese momento llegaría, pero no estaba preparado para imaginar su dolor una segunda vez.
—¿Cómo lo tomó?