Cuando abrí los ojos aquella mañana, el silencio fue lo primero que me dolió.
El apartamento estaba envuelto en una calma antinatural, como si el aire mismo supiera algo que yo no.
Me estiré para buscarlo, esperando sentir el calor de su cuerpo a mi lado… pero solo encontré la frialdad de las sábanas vacías.
Mi corazón se encogió.
—Ethan… —susurré, como si el sonido de su nombre bastara para hacerlo aparecer.
Entonces lo vi.
Sobre la mesa del comedor, una hoja blanca doblada con precisión quirúrgica.
A su lado, el anillo familiar. Ese que él nunca se quitaba.
El mismo que me dijo pertenecía a los Carter desde hacía generaciones.
No busques respuestas. Leí la frase una, dos, tres veces, esperando que cambiara ante mis ojos.
Pero no lo hizo.Era la misma sentencia seca, fría, devastadora.
Y con cada letra sentí cómo se me partía el alma.
Las manos me temblaban. Sentia como mi respiración se volvia irregular, y una punzada me atravesó el pecho como si mi corazón se rebelara ante la idea d