Mientras tanto, Rosa había comenzado a subir las escaleras al escuchar el tono elevado de la voz de su yerno momentos antes. Tocó con suavidad la puerta de la habitación de Isabella.
—¿Hija? ¿Puedo entrar?
—Sí, mamá. —Pasa —respondió Isabella con la voz aún cargada de tensión.
Rosa entró y encontró a su hija vestida, sentada al borde de la cama, con la mirada baja. El ambiente tenía el aroma de perfume floral mezclado con la humedad del cabello recién lavado.
—¿Estás bien? —Se escuchó los gritos de Leonardo desde abajo —preguntó su madre, preocupada.
Isabella suspiro largamente, sin levantar la vista.
—No lo entiendo, mamá. Es la primera vez que lo veo así. Estaba... celoso. —Celoso por Esteban, solo porque tuvo un gesto de enviarme este regalo —dijo mientras tomaba la caja que Leonardo había dejado sobre la mesita de noche—. Y ni siquiera sabía qué era hasta ahora.
Rosa se acercó. Isabella abrió con delicadeza la tapa y ambas quedaron boquiabiertas. El interior revelaba un lujoso col