La tarde caía lentamente sobre la mansión Colmenares. El sol se filtraba entre los ventanales del salón principal, dibujando haces dorados sobre la alfombra de tonos crema. El leve aroma del té de jazmín llenaba el ambiente, mezclado con el delicado perfume de las flores frescas que doña Rosa había mandado colocar esa mañana. Isabella, sentada entre sus padres, sostenía con ambas manos una taza de porcelana mientras su mirada se perdía en el vapor que ascendía en espirales.
—Creo que iré a mi habitación a descansar un poco —dijo en voz baja, rompiendo el silencio que reinaba tras una larga conversación.
Don Samuel levantó la vista del periódico que leía y asomaba con la cabeza.
—Vaya, hija. —Si necesitas algo, aquí estamos —dijo con ternura.
—Gracias, papá.
Doña Rosa sonrojándose con dulzura.
—Te vendrá bien un poco de tranquilidad, mi amor.
Isabella esbozó una leve sonrisa, agradecida, y se levantó con lentitud. Su vestido claro ondeaba suavemente con cada paso al subir las escaleras