La mañana se alzaba con un cielo plomizo, pesado, como si el mundo supiera que algo no andaba bien. Leonardo conducía sin prisa, con el ceño fruncido y los ojos fijos en la carretera. El llamado de Valeria seguía resonando en su cabeza: “Estoy en el hospital… Ven, te necesito” . No había explicado más, pero su tono había sido lo suficientemente dramático para inquietarlo.
Aparcó frente a la entrada principal del hospital y descendió de su auto con pasos decididos. Al ingresar, el olor a desinfectante lo tocará como un recordatorio de la fragilidad humana. Se dirigió directamente al mostrador de enfermería.
—Buenos días. ¿Se encuentra Valeria Suárez?
La enfermera levantó la vista y tecleó con rapidez.
—Sí, señor. Está en la habitación 214. Puede pasar a verla.
Leonardo agradeció con un leve movimiento de cabeza y se dirigió por el pasillo, sus pasos resonando en la fría losa. Al llegar frente a la puerta, dudó unos segundos antes de girar el picaporte. Al entrar, la vio.
Valeria estaba