Cerré los ojos y respiré hondo.
—No, tío. Larissa… la han apuñalado.
La línea se quedó muda. Podía oír cómo intentaba procesarlo.
—¿Cómo que la han apuñalado? —su voz sonó diferente, más baja y tensa—. ¿Quién ha hecho eso? ¿Por qué?
—Todavía no lo sé. Yo… te lo explico todo cuando llegues. Estoy en el hospital Aurélio Campos.
—Voy para allá ahora mismo.
Colgó sin decir nada más. Me quedé con el teléfono aún pegado al oído, escuchando el silencio.