Tres años después…
—¡Rafael, suéltalo! —protesté, intentando no reír al ver a Gabriel prácticamente doblado de la risa mientras Rafael lo sujetaba por las piernas, boca abajo.
Rafael soltó una carcajada, levantó las manos en señal de rendición y lo dejó en el suelo con cuidado.
—Vale, vale, me rindo —dijo, guiñándome un ojo.
Pero Gabriel, con sus tres años y medio de pura energía, no quería pausa alguna. Saltaba en el suelo, riendo y gritando:
—¡Otra vez, papá! ¡Otra vez!
El corazón se me encogía de alegría cada vez que le escuchaba llamarle así, con tanta naturalidad. Rafael me miró con una sonrisa traviesa y, antes de que pudiera protestar, volvió a coger a Gabriel, lo subió a los hombros y salió corriendo por la casa.
—¡Corre, Gabi! ¡Escapemos de mamá! —lo animaba, mientras Gabriel reía a carcajadas, de ese modo que me hacía desear congelar el momento para siempre.
—¿Ah, sí? ¿Escapar de mamá, eh? —bromeé, corriendo tras ellos, fingiendo que iba a atraparlos.
Rafael se detuvo al bor