Solo de recordarlo, el pecho se me encogió. Bajé la mirada y, sin darme cuenta, una lágrima solitaria resbaló por mi mejilla.
Rafael se acercó y, sin decir nada, me atrajo hacia un abrazo. Apoyé el rostro en su pecho y cerré los ojos, respirando ese olor suyo que siempre me transmitía seguridad. Habló bajito, muy cerca de mi oído:
— Está bien, Larissa… Llevo tiempo preparándome para esto. Desde el momento en que decidiste volver. — se separó un poco para mirarme a los ojos. — Hiciste lo correcto. Gabriel tiene derecho a saberlo, y lo entenderá, a su manera.
— No quería confundirle. Te quiere tanto… — mi voz se quebró un poco. — Has sido todo para él estos tres años. Y sigues siéndolo.
Rafael sonrió, con los ojos vidriosos.
— Tuve suerte, Lari. Suerte de estar con vosotros, de poder cuidar de él al principio, cuando era solo un bebé que lloraba de madrugada y dormía sobre mi pecho. Nunca necesité que llevase mi sangre para quererle.
— Eres increíble, Rafa. No sé qué habría sido de mí y