(Larissa)
El olor a sangre ya no me provocaba náuseas. Creo que mi cuerpo se ha acostumbrado a la podredumbre de este lugar.
Pero hoy… hoy fue distinto.
Lo vi. Con mis propios ojos.
Vi cómo los hombres de Enzo entraron y empezaron a golpear a Matheus como si fuera un saco de carne vieja. Patadas, puñetazos, culatazos. Ni siquiera tuvo oportunidad de defenderse. Estaba esposado. Gritaba, se retorcía. Y aun así, ellos seguían.
Ahora está ahí, tirado en una esquina de la celda, jadeando. Su respiración es débil, irregular. El rostro, desfigurado. La sangre seca le cubre la barbilla, la nariz… hay manchas en el suelo, en mis pies, en mi cara. Ya no sé distinguir qué es su sangre y qué es la mía.
Nunca voy a olvidar esto.
Bajé la mirada hacia mis pies sucios y descalzos. La cabeza me daba vueltas con todo lo que había escuchado.
Chiara.
La maldita de Chiara. Matheus lo contó… él y ella. Mataron a su propio padre, o mejor dicho, ella lo mató y Matheus lo encubrió.
Y aún peor: se acostó con