Diogo me ayudó a recostarme en la cama. Todavía estaba débil, el cuerpo me dolía como si me hubieran dado una paliza, pero nada dolía más que el caos en mi cabeza. Ver a Gabriel en esa cama, tan pequeño… me desarmó por dentro.
Apenas podía organizar un pensamiento.
—Déjanos a solas, Diogo.
Él dejó de acomodar la sábana y me miró directamente, luego a Rafael, con esa expresión de quien ya anticipa el caos.
—Sin levantar la voz. Los dos. Sabéis que tenéis que hablar, ya es hora… pero Alessandro acaba de donar un riñón. No seáis idiotas.
Rafael solo asintió, callado. Diogo