Me acomodé en la cama, el pecho todavía pesado con todo lo que Rafael me había echado en cara, pero había una cosa que no dejaba de dar vueltas en mi cabeza. El nombre. Ese maldito nombre.
—Repite su nombre —pedí, mirándolo a Rafael con seriedad.
Frunció el ceño, desconfiado.
—Enzo. Eso dije… Enzo.
Entrecerré los ojos. Un escalofrío recorrió mi espalda. No podía ser coincidencia.
—¿Cómo es ese tipo? —pregunté, ya sabiendo que no me iba a gustar la respuesta.
—No lo sé —respondió Rafael, encogiéndose de hombros—. Nunca l