Lo último que recuerdo fue su cuerpo pegado al mío y su respiración ralentizándose contra mi cuello. Acabamos quedándonos dormidos así, como si el mundo exterior hubiera dejado de existir.
Debía estar soñando con algo bueno cuando la puerta del dormitorio se abrió de golpe y se encendió la luz.
—¡AY, DIOS MÍO!
Un grito agudo invadió la habitación. Me llevé un susto tan grande que casi salto de la cama. Me envolví en la sábana como si me fuera la vida en ello, mientras Diogo se incorporaba de un movimiento rápido, el ceño fruncido y con mirada de alerta.
—¡¿Julián?! — me salió la voz medio chillona, medio riendo.
Julián estaba plantado en la puerta, con una mano tapándose la boca y los ojos... ay, los ojos estaban clavados en Diogo, más concretamente en su torso, completamente desnudo y pecaminosamente definido.
—Santo Dios del Cielo… — murmuró, abanicándose con la otra mano.
—¡JULIÁN! — le lancé una almohada con fuerza, intentando parecer enfadada, pero ya riéndome. —¡Deja de mirar y