Decidí quedarme a dormir en la mansión hoy, para estar más cerca de Caleb. La cabeza me dolía desde la tarde, y cada pensamiento parecía más ruidoso que el anterior. No quería volver a mi apartamento, ni soportaría el silencio.
Cuando entré, la luz de la cocina estaba encendida. Pensé que sería mi madre, pero encontré a Fernanda de espaldas, apoyada en el armario cerca de la nevera. Llevaba unos pantalones cortos de chándal, una sudadera amplia y sostenía el móvil viendo algo en él. Pero en cuanto notó mi presencia, apagó la pantalla y se lo guardó rápidamente en el bolsillo del pantalón.
— Ah… hola, Diogo —dijo, forzando una sonrisa y tomando un vaso de agua como si fuera lo más normal del mundo.
— Hola. ¿Todo bien?
— Uhm. No conseguía dormir —respondió, dando un sorbo. — ¿Y tú? Pensé que no vendrías hoy.
— Decidí quedarme aquí esta noche. ¿Tu madre ya duerme?
— Sí. Estuve un rato con ella en el salón, está bastante preocupada por Caleb.
Me acerqué despacio, tiré de una de las banque