— ¿¡Qué?! — me senté en la cama de un salto, con la sangre helándose en las venas. — ¿Qué pasó? ¿Dónde está?
— Valter… lo estaba llevando a Caleb a ver unos amigos por la mañana… y el coche… ¡el coche no tenía frenos, Diogo! ¡Sin frenos!
— ¿Cómo que sin frenos? — empecé a respirar con dificultad. — Mamá, ¿estás con él? ¿Se hicieron daño?
— ¡No lo sé! ¡No lo sé, hijo! — sollozaba del otro lado. — Me llamaron del hospital… dijeron que los dos fueron llevados allí… voy para allá ahora, estoy subiéndome al coche…
— ¿Qué hospital?
— San Lucas…
— ¡Voy para allá ahora! — salté de la cama, agarrando los pantalones que estaban sobre la silla. — Avísame si sabes algo antes de que llegue, ¿me oyes?
— Sí… está bien, hijo. Solo… ve con calma… — lloraba aún más. — Dios mío, Caleb…
— Voy, mamá. — colgué con la mano temblando.
Mi cuerpo se movía en automático. Pantalones, camiseta, cartera, llaves del coche. Todo parecía más lento y pesado de lo normal. La cabeza daba vueltas, intentando procesar lo