— Solo... un poco mareada y débil — murmuré.
— Es normal, normal. Tu cuerpo todavía está intentando equilibrarse, te pusieron glucosa directa en la vena — explicó Julio con la voz temblorosa. — Pero... me has dado un susto de muerte, ¿sabes?
— ¿Qué... pasó? — logré preguntar, intentando ordenar los pensamientos. — ¿Cómo... he acabado aquí?
Julio respiró hondo, la voz quebrada.
— Llegué a casa y te encontré tirada en el suelo de la cocina. Estabas pálida, empapada en sudor, parecía que estabas teniendo una convulsión. Intenté despertarte, grité... pero no respondías, estabas helada, sin color... — Se pasó las manos por la cara y bajó la cabeza un momento.
— Te llevé corriendo al hospital. Dijeron que tu nivel de glucosa estaba tan bajo que podrías haber entrado en coma. Que... si hubiera tardado un poco más, quizá no... — La voz se le rompió otra vez.
— Ju... — susurré, con los ojos ardiendo.
Negó con la cabeza, intentando mantenerse firme, pero una lágrima se le escapó.
— Tuvieron que