Llegamos frente a la casa de Larissa y Alessandro. La mansión, enorme e imponente, se alzaba iluminada, y pude ver cómo a Lucas se le encendían los ojos de pura curiosidad. Prácticamente pegó la cara a la ventanilla, absorbiendo cada detalle como si estuviéramos entrando en un castillo.
— Bueno, chaval… hemos llegado —dije sonriendo mientras aparcaba.
Bajamos juntos y enseguida Larissa y Alessandro aparecieron en la entrada, recibiéndonos con una sonrisa cálida. Lucas, sin embargo, se puso tímido, medio escondido detrás de mí, dejando sólo los ojos asomando para mirar todo.
— Buenas noches, Diogo —dijo Larissa, dándome un abrazo rápido antes de mirar fijamente a Lucas. Me di cuenta al instante: no apartaba la vista de él. Lo observaba con un cariño silencioso, casi maternal.
Se agachó para quedar a su altura.
— Y tú debes ser Lucas, ¿verdad?
Él dudó un segundo, mirando la mano que ella le ofrecía. Luego sonrió tímido y la estrechó con firmeza.
— Eres muy guapa… y elegante.
Todos alred