Llegué a la empresa de Alessandro con el corazón acelerado, todavía llena de rabia y frustración.
No sabía exactamente qué quería hacer ahí, pero necesitaba hablar con él. Necesitaba mirarlo a los ojos.
Cuando me acerqué a la entrada, Thiago, el guardia, bloqueó el camino. Me miró con esa expresión de quien no sabía qué hacer. Lo conocía bien. Siempre nos llevamos bien, siempre fuimos amigables. Era difícil creer que me impediría entrar.
—Larissa, no puedo dejarte pasar —dijo con voz baja, casi arrepentido.
Lo miré con rabia, mi paciencia agotándose.
—¡Thiago, necesito hablar con Alessandro! —respondí, tratando de mantener la calma, pero la irritación se desbordaba—. ¿Puedes al menos avisarle que estoy aquí?
Movió la cabeza, visiblemente incómodo.
—Disculpa, Larissa. El señor Alessandro me prohibió dejarte entrar.
Sentí la rabia crecer aún más. ¿Cómo podía hacer esto? Ya había perdido todo, el matrimonio, la confianza, ¿y ahora hasta el derecho de hablar con él? Miré hacia dent