—Casi —murmuré, forzando una sonrisa.
Chiara me miró y sonrió también. Una sonrisa leve, pero que no escondía el nerviosismo en los ojos.
—¿Te acuerdas de la Navidad de hace dos años? ¿Cuando tu abuelo dejó el pavo en el horno por seis horas? —Soltó una risa—. Fue el día en que mi mamá juró nunca más dejarlo cocinar.
—Me acuerdo —hablé, tomando la copa de su mano. Mi voz salió sin mucha emoción. Pero no era sobre el pavo.
Nos sentamos. La comida estaba buena, como siempre, pero el ambiente... parecía un teatro. Los recuerdos felices siendo puestos en la mesa como si pudieran pegar de vuelta los pedazos de algo que se rompió hace mucho tiempo.
Y ahí vino lo esperado.
—Alessandro —comenzó Rosa, jugando con la copa—, necesitas resolver pronto esta situación con Larissa. Es solo un papel. No puedes continuar en esa indecisión para siempre.
—No es indecisión, mamá. Solo estoy respetando el tiempo del proceso. —Respiré profundo—. No es tan simple.
—Claro que es simple. Tú y Chiara ti