Esa mañana ya era insoportable desde temprano. El ruido de las notificaciones del celular me irritaba más de lo normal, y mi cabeza todavía estaba pegada en la imagen de Larissa subiendo las escaleras con la muñeca vendada. Pero lo que realmente me hizo resoplar fue la llamada del equipo jurídico.
—El contrato con ZetaCorp tiene una cláusula de rescisión que puede afectar la joint venture con la empresa del señor Diogo. Necesitamos alinear una posición conjunta, o va a sobrar para los dos lados —explicó Camila, la abogada.
Respiré profundo. Diogo. Justo él.
Me quedé algunos minutos mirando la pantalla del celular. Mi orgullo gritó para que dejara eso de lado, fingiera que no era tan urgente. Pero lo era.
¿Y dejar que esta bomba explotara solo porque tuvimos un desacuerdo idiota? No era inteligente.
Marqué el número y contestó al tercer tono.
—¿Alessandro? —la voz vino cargada de sorpresa. Y de algo más... distancia.
—No quería tener que llamarte, Diogo.
—Y aun así llamaste... ¿