El olor a café con leche todavía estaba fresco cuando di otro sorbo despacio. Mis movimientos eran lentos, cuidadosos… el corte todavía dolía, pero ya podía respirar sin tanto dolor.
La luz de la mañana entraba por las rendijas de la ventana y, por un momento, todo parecía tranquilo. Hasta que se abrió la puerta.
Levanté la mirada despacio. Alessandro.
Respiré hondo. Por dentro pedí paciencia a los cielos, pero por fuera me mantuve firme. No valía la pena empezar otro enfrentamiento. Al menos, no ahora.
Se acercó a la cama con cuidado, como si pisara huevos.
—¿Cómo estás? —preguntó, con la voz má