Liam Jones .
La mañana en la oficina comenzó con el sonido habitual de teclados, teléfonos sonando y el leve murmullo de empleados conversando.
El negocio nunca se detiene. Me senté frente a mi computadora, pero tenía la mente en otra parte.
Las proyecciones de inversión que había preparado necesitaban revisión antes de nuestra reunión.
Mi socio, el Alfa Edwards Hills, entró en la sala con esa energía característica que lo hacía destacar.
Era un hombre inteligente y su capacidad para entender los números siempre me había impresionado.
Hoy, sin embargo, su mirada parecía más profunda, como si cargara algo más que proyectos entre manos.
—Liam —dijo mientras se sentaba frente a mí—. He estado revisando las proyecciones que me diste. Eres brillante. No me equivoqué al buscarte como socio.
Sonreí, complacido por sus palabras. Pero mientras él hablaba, noté que algo no estaba bien, una sombra de tristeza se veía en sus ojos.
—No te veo muy feliz con las estadísticas —le respondí mientra