Ava Davis.
A veces me despierto y lamento haber abierto los ojos en un mundo que no reconoce el dolor que llevo dentro.
La luz del día entra por las rendijas de las cortinas, pero todo lo que veo es una especie de neblina, como si mis recuerdos estuvieran envueltos en mil capas de tristeza.
La realidad se ha vuelto borrosa, y mientras miro a mi alrededor, la desesperación me asalta: ¿realmente habrá un futuro para mí?
Desde que este mal me aqueja, cada día es un nuevo desafío.
Soy consciente de que estoy perdiendo cosas que jamás pensé que valoraría tanto.
La visión deteriorada solo es una parte de lo que batallo; puedo sentir cómo mi vida se escapa entre mis manos.
El llanto ha sido mi único refugio silencioso. En la soledad de mi habitación, me derrumbo mientras mi mente repasa momentos felices.
“¿Cuánto más podré soportar?” Es la pregunta retórica que se repite una y otra vez como un eco solitario.
Brad es como un faro de estabilidad. No sé cómo se las arregla para mantener la