Selene Volkov
El frío me abraza como a un viejo enemigo, ese que conoce cada grieta de mi piel y cada secreto oculto en lo más profundo de mi alma. Mis botas se hunden en la nieve virgen, crujiendo con cada paso que me aleja del campo de batalla, mientras el Bosque de las Almas despliega ante mí su laberinto de sombras heladas. Nunca fue refugio para nadie, y menos para mí, pero esta noche su llamado perfora mis huesos con urgencia de espina clavada. Las ramas susurran en dialecto ancestral, arrastrándome hacia ese corazón oscuro que late bajo la escarcha, algo me obliga a huir y no se si es mi corazon incomprendido o algo mas.
Avanzó. No, corro. Huyo de una guerra absurda entre clanes sedientos de sangre ajena. Sangre que ni siquiera saben por qué exigen. Como hija del alfa, algún día deberé beber de ese cáliz envenenado del liderazgo, descubrir el secreto que envenena a nuestros ancianos. Pero qué sentido tiene ascender si ni siquiera quienes conocen la verdad detienen esta masacre. Quizás por eso clavo los talones en la nieve, rebelándome contra el destino que me tejen como a marioneta de piel y luna.
Al volverme, el viento corta mi mejilla llevándose una lágrima helada. Allí quedan las antorchas danzantes del campo de batalla, manchas de fuego sobre la nieve teñida de carmesí. Rojo de mi manada. Rojo de la manada enemiga. Ambos tintes igual de amargos en mi garganta. Cierro los ojos y aún veo a Kael, mi amigo de la infancia, desplomarse con el pelaje plateado convertido en estandarte sangriento. Recuerdo cómo su aullido final se mezcló con mis gritos y mis pasos huyendo cuando la garra de aquel guerrero desconocido le abrió el vientre...
Un crujido repentino me eriza los pelos de la nuca. El bosque contiene la respiración. Ya no estoy sola. Algo acecha entre los abetos, y no es el frío lo que ahora me hiela la sangre.
Un gemido lastimero, débil pero desgarrador, se coló entre los árboles y llegó hasta mí. No era humano, pero tampoco del todo animal. Lo reconocí al instante: era el sonido de un lobo herido. Un sonido que despertó algo primitivo en mí, algo que no podía —ni quería— ignorar.
Sé lo que soy, lo que debería hacer: girar y dejar que el bosque devore a este intruso. Pero hay sangre en el aire, espesa y metálica, mezclada con el tufo dulzón del miedo, me dije, mientras el viento helado me azotaba el rostro, llevándose consigo cualquier rastro de calor que quedara en mi cuerpo. Pero mi instinto de curandera heredado por mi madre era más fuerte que el miedo, más fuerte que las advertencias que resonaban en mi mente. Apreté mi capa contra el cuerpo, como si ese gesto pudiera protegerme de lo que fuera que me esperaba en la oscuridad, y avancé, siguiendo el rastro de sangre que manchaba la nieve como pinceladas rojas sobre un lienzo blanco.
El bosque estaba en silencio, como si contuviera la respiración. Los árboles, altos y antiguos, parecían observarme con sus ramas retorcidas, como dedos esqueléticos que señalaban hacia lo desconocido. Sabía que pisaba territorio peligroso, un lugar donde los espíritus de los ancestros susurraban secretos que nadie debía escuchar. Pero no podía dar media vuelta. No cuando alguien —o algo— necesitaba mi ayuda.
—¡Alto! —una voz grave resonó frente a mí, y me detuve en seco, el corazón latiendo con fuerza en mi pecho.
Entre las sombras de los abetos, dos ojos dorados brillaron como brasas. Un lobo enorme, de pelaje negro azabache y cicatrices cruzando su lomo, emergió de la oscuridad. Su gruñido retumbó en el silencio, pero no retrocedí. Había crecido entre lobos; el miedo era un lujo que no podía permitirme.
—Soy la curandera del clan Volkov —dije, alzando las manos vacías, mostrando que no llevaba armas—. Escuché a alguien herido.
Mentí, no era la curandera, era la heredera del clan pero no seria tan estúpida para decir eso y ser asesinada en el acto si era un enemigo, solo quería ayudar y seguir mi camino.
El lobo titubeó, sus ojos estudiándome con una intensidad que me hizo contener la respiración. Luego, con un quejido, se desplomó. La nieve se tiñó de rojo bajo su costado, y un olor metálico llenó el aire. Me arrodillé a su lado, ignorando las advertencias de mi propio instinto. Al tocar su pelaje, una descarga eléctrica me recorrió, como si el bosque mismo me advirtiera de lo que estaba a punto de descubrir. ¿Magia antigua?
—Eres un Krevny —susurré, reconociendo el símbolo de una garra sangrante grabado en su collar, mientras los vellos de mi nuca se erizaban y mis manos temblaban descontroladamente.
Curandera si era, pero estudiante, nunca había visto una persona herida mas allá de un rasguño y ahora verme aquí intentando ayudar con estas heridas abismales y a un enemigo, era impensable, si mi padre me viera me decapitaría sin dudarlo alegando a traición.
El lobo se transformó lentamente. Su cuerpo se alargó, los huesos crujieron, y ante mí apareció un hombre de torso desnudo, piel bronceada y músculos tensos. Una cicatriz le cruzaba el pecho, pero lo que me dejó sin aliento fue su rostro: mandíbula afilada, labios gruesos y una mirada que quemaba más que el fuego.
—¿Por qué ayudas a tu enemigo? —rugió el hombre, intentando incorporarse, pero el dolor lo obligó a retroceder.
—Porque no soy una asesina —respondí, rasgando mi falda para hacer una venda—. Y tú morirás si no dejas de moverte.
Él se rió con un tono de sorpresa mezclado con dolor en su voz, un sonido áspero y peligroso que resonó en la noche.
—Soy Dimitri Krevny, Alfa de mi clan. La muerte me conoce... pero hoy no me llevara —Contuve un jadeo. El heredero de los Krevny. El mismo que, según los rumores, había masacrado a una patrulla Volkov la luna pasada. Mis dedos temblaron al presionar la herida, pero Dimitri atrapó mi muñeca con fuerza brutal, sus ojos dorados clavados en los míos.
—Si piensas envenenarme, loba plateada, te arrancaré el corazón antes de que parpadees.
Sostuve su mirada, sin apartar los ojos de los suyos.
—Si quisiera matarte, ya estarías muerto.Algo cambió en sus ojos, esos ojos de ámbar que solían brillar con la ferocidad de una bestia acorralada. Entre las sombras del bosque, una chispa de curiosidad danzó en su mirada, seguida de un destello fugaz que podría haber sido respeto… o algo más peligroso. Mis manos, aún temblorosas por el esfuerzo de contener la hemorragia en su costado, terminaron de ajustar el vendaje de lino. Al retirarme, la yema de mis dedos rozó sin querer la piel de su abdomen, marcada por cicatrices antiguas. Un calor repentino, denso como miel, brotó del punto de contacto. El aire vibró con un chasquido eléctrico, y por un instante, las motas de nieve suspendidas entre nosotros brillaron como diamantes rotos antes de desplomarse. Ambos contuvimos el aliento, y en el silencio, escuché dos corazones: el mío, desbocado como un corcel en fuga, y el suyo, un redoble de guerra sordo y constante.—¿Qué… qué fue eso? —murmuré, retirando la mano como si me hubiera mordido. La nieve se adhería a mis rodillas, fun
—¿Quién? —logré articular, aunque la respuesta ya anudaba mi garganta.—El hijo del herrero —susurró Luka, y vi temblar su mandíbula—. Lo encontraron flotando en el río Chernaya, cerca del límite este. Su garganta… —apretó el cuchillo hasta que sus nudillos palidecieron—, no quedaba suficiente carne para cerrarla.Cerré los ojos, pero las imágenes llegaron igual: Dimitri en el claro del bosque, su costado desgarrado bajo mis vendas, la forma en que gruñó al incorporarse, como si el dolor fuera un viejo conocido. ¿Había sido él? ¿Había arrastrado su cuerpo herido hasta el río para dejar ese mensaje sangriento?—No podemos seguir así —susurré, más para el fantasma de sus manos en mi muñeca que para Luka—. Esto solo traerá más muertes.—¡No tenemos opción! —golpeó la mesa con el puño, haciendo saltar un frasco de tintura de árnica—. Mañana al amanecer, atacaremos su fortaleza. Y tú… —su voz quebró, revelando al niño que escondía bajo las cicatrices—, deja de vagar por el bosque. Si te vue
—¡No! —Mi voz se desgarró mientras lo sosteníamos, los dos arrodillados en un círculo de nieve derretida por la luz plateada que aún bailaba alrededor. Su sangre caliente se filtraba entre mis dedos, y cada latido suyo era un martillazo en mis costillas.Desde la colina, la figura del Alfa Volkov descendía como una tormenta hecha hombre. Mi padre. Su arco de tejo aún vibraba con la resonancia del disparo, y en su rostro —tan parecido al mío en la forma de los pómulos, tan ajeno en la dureza glacial— vi reflejada la verdad: aquella flecha no había sido destinada a Dimitri.—¡Selene! —Su voz retumbó con la fuerza del trueno que precedía a las purgas—. ¡Aléjate de esa abominación o compartirás su destino!Los lobos formaron un semicírculo a su alrededor, cabezas bajas y colas tensas. Entre ellos, distinguí a Luka en forma humana, su rostro adolescente descompuesto en un sollozo mudo. Llevaba mi capa de piel de lince enrollada en el brazo izquierdo, manchada de algo oscuro que no era barro