122. Todo se gana con sangre
Sin perder ni un segundo, el grupo siguió avanzando por las calles angostas del Distrito de las Sombras, y a medida que se adentraban más en el asentamiento, los habitantes del distrito se detenían en sus actividades cotidianas para observar a los “nuevos”. Algunos emergían de las sombras de sus viviendas de piedra rojiza, otros se asomaban por ventanas sin cristales, y todos sin excepción fijaban sus miradas en el grupo llenos de curiosidad morbosa y una hostilidad que no se molestaban en disimular.
Las calles eran un testimonio viviente de la desesperación que reinaba en aquel lugar. El suelo de tierra rojiza compactada estaba salpicado de charcos de agua de origen dudoso, que reflejaban la luz azulada de las piedras de aerolita incrustadas en el techo rocoso. Para Josephine, Malcolm y los Mellizos, era la primera vez que respiraban ese aire espeso, lleno de humedad y olores nauseabundos. Incluso Malcolm, a pesar de que su olfato ya no era tan agudo como en el pasado, encontraba des