126. El precio de la supervivencia
El amanecer en el Distrito de las Sombras no llegaba con los primeros rayos del sol —eso sería imposible en las profundidades subterráneas donde ahora vivían— sino con el gradual cambio en la intensidad de las piedras de aerolita incrustadas en el techo rocoso. Por alguna razón que nadie había logrado explicar completamente, aquellas piedras luminiscentes parecían responder a los ciclos naturales del mundo exterior. Su resplandor azulado se intensificaba lentamente durante las horas que correspondían al amanecer, simulando un ciclo diurno artificial que los habitantes habían aprendido a reconocer como el inicio de un nuevo día de supervivencia.
Durante la noche, el brillo menguaba hasta convertirse en un resplandor tenue, creando una penumbra perpetua que marcaba las horas de descanso. Era así como los desterrados del Distrito contaban el paso del tiempo, guiándose por el pulso luminoso de las piedras que constituían su único vínculo con el mundo que habían perdido para siempre.
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