—La Diosa no se equivoca, hija. Tiene un plan para ti. Uno mucho más grande del que puedes imaginar. Ahora… dime, ¿qué planeas hacer?
Me llevé las manos a la cabeza, sin saber qué responder. No quería ver a Dorian. No quería ver a su nueva pareja. No quería vivir bajo su mandato cuando finalmente se convirtiera en Alfa. No tenía fuerza para enfrentar esa realidad todavía.
Pídele a nuestra Nana que nos deje quedarnos aquí un tiempo, dijo Grace, en mi mente, tan dolida como yo. No quiero regresar… no ahora.
—Nana —dije con voz temblorosa—, ¿podría quedarme contigo un tiempo? Necesito sanar un poco. Sentirme menos rota. Y de verdad... de verdad no quiero regresar a la manada todavía.
Ella me tomó de la mano, y me dedicó una de sus sonrisas cálidas, de esas que derriten el alma.
—Claro, mi niña. Puedes quedarte todo el tiempo que necesites. Pero tengo mis condiciones —dijo, alzando una ceja con intención—. Primero, debes llamar a tus padres y decirles que estás bien. Segundo, vas a ganarte tu comida: ayudarás con el jardín. Y tercero, vas a entrenar con Emerson todos los días mientras estés aquí. Ya no puedes andar por la vida como la consentida mimada de todos. Debes hacerte fuerte, por dentro y por fuera. Y sé que, en todo este tiempo, no has entrenado lo suficiente como guerrera.
Puse los ojos en blanco.
—¡Claro que he entrenado! Bueno… lo dejé de lado —reí con ironía—, para aprender lo que se supone que hace una Luna.
Ella me dio unas palmaditas suaves en la mano.
—A partir de ahora, vas a ser una guerrera que no se deja amedrentar por nadie. Que levanta la cabeza y sigue adelante. ¿Entendido?
—Gracias, Nana —la abracé con fuerza.
Nos sentamos a terminar el chocolate caliente mientras le contaba, entre pausas y suspiros, todo lo que me había pasado.
Pasaron casi dos años desde entonces. Todavía seguía en este pequeño pueblo escondido entre humanos. Claro que extrañaba a mi familia. Pero... aún no me sentía lista para regresar. Dorian ya no significaba mucho para mí. Lo amé, sí, pero nunca fuimos pareja. Yo era la que siempre daba, la que siempre cedía. Aprendí por las malas que quien más ama, muchas veces, es quien más pierde.
Esa mañana, como cada día, estaba entrenando con Emerson.
—¡Concéntrate! —rugió, justo antes de lanzarme al suelo con facilidad.
Gruñí, me levanté y volví a cargar contra él. Estaba cansada. Pero no iba a rendirme.
Emerson había sido uno de los mejores guerreros de la manada Furia Nevada. Una élite entrenada desde niños para sobrevivir en condiciones extremas. Perdió a su lobo, Garnet, durante una batalla brutal. Garnet sacrificó su vida para salvarlo. Desde entonces, Emerson ya no pudo continuar en su manada. Viajó por todo el continente sin rumbo, hasta que llegó a este pueblo... y mi abuela, como hace con todos los que necesitan amor sin pedirlo, lo acogió como a un hijo más.
Ahora, era dueño de la biblioteca local. Vivía tranquilo, casi como un humano. Pero nunca dejó de entrenar, y nunca dejó de enseñarme.
—Eres rápida. Esa es tu ventaja. Úsala. Obviamente no eres tan fuerte como un lobo macho o como algunas chicas más grandes. Así que deja de depender de tu forma de loba y domina tu cuerpo humano.
Rodé los ojos. Me lo repetía a diario desde que llegué.
—Odio cuando nos dice pequeñas —gruñó Grace, ofendida.
Ella era una excelente guerrera. Rápida, ágil, y sabía leer los movimientos del enemigo antes de que ocurrieran. Yo, en cambio... era impulsiva. Mi temperamento me traicionaba.
Tenía hambre. Y podía oler desde aquí la lasaña que mi abuela estaba preparando. Decidí terminar rápido.
Me puse en guardia. Cuando vi que Emerson venía a sujetarme del cuello, me agaché y me deslicé entre sus piernas, golpeando con fuerza su pantorrilla. Logré hacerlo caer, pero se dio la vuelta demasiado rápido. No pude sujetarlo. Le lancé un golpe al estómago, otro a la garganta. Ambos los esquivó. Intenté una patada directa, pero la leyó al instante. Cambié el ángulo en el último segundo y logré impactarlo de lleno en el abdomen, dejándolo sin aire.
—¡Niños! —gritó mi abuela desde la casa—. ¡Suficiente por hoy! ¡A comer y recuperar energía!
Ambos reímos mientras nos sacudíamos el polvo.
Después del almuerzo, nos sirvió sus legendarios pasteles de chocolate. Emerson se atragantó con un pedazo, aún con la cara roja por el golpe.
—Has mejorado mucho. Creo que es momento de introducir armas en tu entrenamiento.
Abrí los ojos, horrorizada.
—¿¡Armas!? ¡Los hombres lobo no usamos armas! ¡Peleamos cuerpo a cuerpo! Además, ¿te imaginas a un lobo cargando una mochila?
Emerson sonrió con paciencia.
—Lo ideal es usar a tu lobo… hasta que ya no tengas opción. Pero no somos la única especie. Hay vampiros, brujos, híbridos. Nosotros tenemos la ventaja de compartir cuerpo con un espíritu animal. Pero si no sabes pelear sin él, estás en desventaja. Y a veces, las armas salvan vidas.
—No necesitamos armas si me tienes a mí —gruñó Grace con orgullo.
—¿No creés que lo importante es hacernos más fuertes? —le pregunté—. Sin importar el método.
Después de unos segundos, Grace suspiró y asintió en silencio.
—Está bien —le dije a Emerson—. Si eso me hace más fuerte, estoy de acuerdo.