52. Una diosa encerrada, un mundo en ruinas.
Narra Ruiz.
El club huele a muerte.
Pero de esa que no sangra, la otra, la que se arrastra en las paredes, la que se mete en los huesos de los hombres y los hace dudar. Una peste sin fiebre.
Yo la veo.
La siento.
La escucho.
No porque esté loco. Aún no. sino porque cuando llevás años en este juego, desarrollás el olfato de los animales que sobreviven entre el barro.
Y lo que huelo… es traición. Otra vez.
Me siento solo en la oficina más cara de este antro de putas y fantasmas.
Los ventanales están cubiertos por cortinas negras, el aire acondicionado escupe aire podrido, y la alfombra ya tiene sangre seca de la última vez que alguien me falló.
Lorena sigue encerrada.
Sí.
Pero encerrarla no fue lo mismo que contenerla. Esa mujer tiene el alma hecha de humo. Y el humo, si no lo vigilás, termina colándose por donde menos esperás.
Apoyo un vaso de whisky en el escritorio.
Enciendo las pantallas.
Cinco cámaras.
Cinco ángulos.
Ella no lo sabe.
Tal vez sospecha, pero no lo sabe. Ahí está. Se