450. El cuadro perfecto se pinta con mentiras.
Narra Jean-Pierre.
La noche es un animal de seda. Buenos Aires respira con el pecho abierto, como si no supiera cuántos secretos le caminan por dentro. Yo sí. Yo los escucho crujir debajo del concreto mientras me acerco al hotel como un recuerdo elegante que nadie pidió, pero nadie se atreve a rechazar.
Llevo guantes de cuero. Una flor en el ojal. Y un propósito.
La observo desde el otro lado de la avenida, sin ocultarme del todo. No necesito hacerlo. Los débiles se esconden. Los verdaderos artistas se exponen. Dulce está en la ventana, con una taza de algo caliente que no combina con su temperamento. Su silueta recortada contra la luz ámbar de la habitación parece un trazo accidental de un genio borracho. Casi me dan ganas de disculparme por lo que viene.
Casi.
Espero. Me aseguro de que Sami no esté cerca. Ella es el único obstáculo real, porque su amor por Dulce tiene la torpeza suicida de los perros fieles. Una lástima. Sería una excelente estatua.
Subo sin anunciarme. El botones