214. Un cuchillo bajo la mesa.
Narra Lorena.
Apenas el beso termina y Ruiz se aleja para codearse con los peces gordos de siempre, yo intento volver al personaje. Muevo los labios, cruzo las piernas, hago tintinear la copa sin beberla, sonrío con los dientes, no con el alma. Pero el corazón no me baja del cuello. Late como si lo patearan desde dentro.
Silvio ya no está. En su lugar se sienta un hombre delgado, elegante, con los ojos fríos de los que han matado y han brindado por ello. Lleva un bastón de mango tallado —innecesario, se mueve con firmeza— y un anillo con una piedra oscura en el meñique.
—Lorena. —Su voz es calma, sedosa—. Estás más bella que nunca. Pero, ¿sabés qué? Te recordaba distinta.
—¿Distinta cómo?
—Más... feroz. Más imprevisible. Como esas tormentas que arrastran techos pero a la vez perfuman la tierra. —Sus ojos me analizan, sin rastro de deseo, como si observara a una criatura extinta.
—¿Y quién dice que cambié?
—Lo dicen tus silencios.
Sonrío. Pero esta vez no es actuación.
—Mejor no te fíe