168. Lo que no se dice también se escucha.
Narra Lorena.
No termino de cerrar la puerta que ya lo veo a Gomes arrimarse a la ventana, chequear por quinta vez que esté todo en orden, que los dos policías del patrullero sigan despiertos, que las rejas, el portón, las cámaras —todo— funcione como tiene que funcionar.
Se mueve con ese andar suyo, lento y firme, como si cargara el mundo en la espalda pero ya se hubiera acostumbrado al peso.
No dice una palabra en todo el camino.
Ni una de más.
Pero el silencio le hierve en los ojos.
Yo tampoco tengo muchas ganas de hablar.
La imagen del supermercado me sigue vibrando en la nuca, como si alguien hubiera dejado una alarma prendida adentro mío.
La cabeza me late.
El cuerpo también.
—¿Querés que me quede? —pregunta de golpe, mientras se saca la campera y la deja sobre la silla.
—¿A dormir? —le digo, casi como una burla, pero sin ganas de pelear.
—En el sillón, Lore.
—No hace falta.
—Sí, hace falta.
Y me gana por cansancio.
Se prepara un mate, deja uno para mí en la mesa sin preguntar s