Leandro
Estoy loco, no sé cómo hace Liah para meterme en problemas desde que nos conocemos y que yo sea cómplice de sus locuras.
Miro alrededor de su habitación, ha cambiado desde la última vez que estuve aquí, ya no hay muñecas, solo papeles, colores y es más femenina. Me acerco a su peinadora y veo mi perfume; pensar que le prometí que sería la primera en usarla, se la hice a alguien más, y el destino hizo que fuera para ella quien lo tuviera.
Veo una foto de sus padres, con gusto lo mataría.
Me siento en uno de sus muebles a esperarla, vamos a arreglar algunas cosas de una vez, ¿Por qué demora?
Después de unos veinte minutos la vi entrar, con su cabeza mirando al piso, tocando una parte de su cabeza.
—Liah.
Sube la mirada, cierra la puerta apresurada para que no nos descubra; veo su mejilla enrojecida y la ira se vuelve a apoderar de mí.
No sé cómo no lo maté a golpes cuando la vi salir con la mejilla colorada; habría que ser tonto para no darse cuenta de qué le pegó.
—Estás pálida