Mundo ficciónIniciar sesiónCuando Catalina se acercó a sus hijos, ellos retrocedieron al verla.
Lana fue la primera en apartarse. Sus ojos grandes se llenaron de desconcierto antes de esconderse detrás de la falda de Sara. Elian la imitó enseguida, sujetando su mano, buscando refugio en aquella mujer que, sin saberlo, se había convertido en su figura materna.
Catalina dio un paso más, pero se detuvo. No quería asustarlos. Solo los observó en silencio, sintiendo cómo el corazón se le rompía despacio, sin lágrimas ni gritos, solo ese dolor sordo que deja el rechazo de quien más amas.
Luciano se colocó frente a ella con gesto medido, fingiendo serenidad.
—Los has asustado —dijo, bajando la voz para parecer compasivo—. No deberías haber venido así.
Catalina lo miró sin parpadear.
—No sabía que para asistir al compromiso de mi esposo había que pedir permiso.
El murmullo entre los invitados se extendió como una corriente eléctrica. Nadie sabía si mirar o fingir que no veía.
Sara se inclinó con cuidado, llamando a los niños con voz dulce.
—Tranquilos, mis amores. Todo está bien —susurró acariciando el cabello de Lana—. Mamá ha vuelto, solo está un poco cansada.
La palabra “mamá” salió de sus labios con naturalidad, pero en Catalina sonó como una ironía cruel.
Catalina respiró hondo y respondió con serenidad.
—Veo que hasta encontraste una madre de reemplazo para mis hijos. ¿Cuánto tiempo tardaste? ¿Semanas? ¿Días?
Sara la miró sorprendida, sin entender del todo.
—Catalina, basta. Este no es el momento ni el lugar.
Ella giró apenas la cabeza hacia él.
—Tienes razón. Pero fue el lugar perfecto para anunciar mi reemplazo.
El silencio cayó sobre el jardín. Solo se oía el clic de las cámaras y el crujido del viento entre las carpas.
Luciano dio un paso al frente, esforzándose por mantener el control.
—Catalina, estás alterada. Hablemos en privado.
Ella soltó una sonrisa leve, sin perder la calma.
—¿Alterada? No, Luciano. Por primera vez en meses estoy perfectamente lúcida.
Metió la mano en el abrigo y sacó un sobre doblado. Sus dedos temblaban, pero no de miedo.
Lo sostuvo unos segundos, mirándolo directo a los ojos.—Esto fue lo que me hiciste en ese hospital.
Luciano frunció el ceño, desconcertado. Catalina rompió el sello y, con un gesto sereno, lanzó los documentos sobre la mesa del banquete. Algunos papeles cayeron al suelo, otros se deslizaron sobre los platos y las copas vacías.
Los invitados más cercanos se inclinaron con curiosidad. Los fotógrafos enfocaron de inmediato.
Luciano intentó tomar los papeles, pero Catalina habló antes, con la calma de quien sabe que ya no puede ser silenciada.
—Son informes médicos falsificados que demuestran que no estoy loca y nunca lo estuve.
El silencio fue absoluto.
Margot observó la escena con el rostro tenso. Sebastián apretó los labios. Adeline parecía petrificada.
Catalina siguió hablando, sin alterar el tono.
—Durante meses me hicieron creer que estaba enferma, que lo imaginaba todo. Me convencieron de que era peligrosa para mis hijos. Pero resulta que la verdadera enfermedad era el miedo. —Su mirada se clavó en Luciano—. Y tú lo padeces más que nadie.
Luciano abrió la boca, pero las palabras no salieron.
Catalina respiró hondo y dio un paso atrás.
—Los doctores que firmaron mis informes ya rectificaron. También firmaron mi alta. —Sus ojos no se apartaban de los de él—. Ya no tienes control sobre mí, ni sobre mi historia.
Luciano palideció. Sara bajó la mirada y abrazó a los niños, que no entendían.
Sebastián se inclinó hacia Luciano, murmurando:
—Detén esto. Ya.
Catalina los miró con una serenidad casi inquietante.
—Intentaron borrarme, pero alguien guardó todo. Alguien que no se rindió cuando ustedes ya me habían enterrado.
Luciano la miraba con una mezcla de furia y miedo.
—Si estoy aquí, es porque alguien se acordó de mí cuando nadie lo hizo. Así que toma, Luciano. —Señaló los papeles esparcidos—. Te devuelvo tu reputación, en pedazos.
Dicho eso, giró sobre sus talones y caminó hacia la entrada de su mansión, quería estar de vuelta en casa, darse una ducha, quitarse aquel aspecto desaliñado y acostarse en su cama.
Los invitados se apartaron, abriendo paso y nadie se atrevió a detenerla, hasta que desapareció por la puerta trasera de la casa.
El rumor de “la esposa loca” comenzó con el escándalo y el miedo.
Era evidente que el compromiso con Sara Armand quedaba cancelado, o al menos eso era lo que suponía Sara, quien no tenía ni la menor idea de que Catalina estaba viva.
Sintió un nudo en la garganta, mientras abrazaba a los niños.
—¿Por qué está enojada? —preguntó Lana con miedo.
Sara la besó en la frente.
—No está enojada, amor. Está cansada.
Luciano seguía inmóvil frente a la mesa desordenada con aquellos documentos que Catalina tenía en sus manos.
—¿De dónde sacó eso? —preguntó en voz baja.
Sebastián lo miró con el rostro tenso y una chispa de temor en sus ojos.
—Alguien tuvo que ayudarla. Nadie sale sola de un lugar así.
Adeline se llevó una mano al cuello.
—¿Quién la está protegiendo?
Nadie respondió.
Pero entre las luces del jardín, una figura los observaba desde lejos.
—Un imperio podrido no se destruye en un día... Pero empieza así. Buen trabajo, Catalina Delcourt.







