Cuando Lisandro llegó al restaurante, su corazón latía con una mezcla abrasiva de miedo y rabia. No necesitó entrar del todo para ver lo que su mente más temía: Valeska, con la mirada perdida, tambaleante, se desplomaba justo cuando él irrumpía por la puerta, cayendo hacia delante como una muñeca rota.
Sus reflejos fueron más rápidos que su pensamiento. Corrió, estiró los brazos y la sostuvo justo a tiempo, envolviéndola con desesperación, como si pudiera evitar que el mundo la lastimara con solo abrazarla más fuerte.
Un pequeño fragmento de vidrio resbaló de la mano de ella, chocando contra el suelo con un sonido agudo y cruel. El eco del cristal partiendo el silencio le heló la sangre.
—Valeska… —susurró, sacudiéndola con suavidad, como si su voz pudiera despertarla del letargo.
Los ojos de ella, nublados y brillantes por el efecto de la droga, apenas lo reconocieron. Sus labios se entreabrieron, murmurando su nombre como si fuera un ancla.
Detrás de ella, a tan solo unos pasos, Mik