El hospital estaba envuelto en un silencio inquietante, roto solo por el zumbido de los monitores y el eco de pasos lejanos. Lisandro estaba recostado en su cama, con los ojos fijos en el techo, tratando de ordenar los fragmentos de su mente.
La pesadilla con Iskra seguía dando vueltas en su cabeza, como un eco que no podía apagar. No recordaba nada concreto, pero la sensación de que algo estaba mal lo perseguía. Y Valeska… ella había salido hace rato, diciendo que iba a ver a Adrián. Él no le había creído del todo, pero no quiso presionarla. No después de prometer que no habría más secretos.
El sonido de la puerta abriéndose lo sacó de sus pensamientos. Esperaba ver a una enfermera, o tal vez a Oliver con noticias. Pero cuando levantó la mirada, su corazón dio un vuelco. Era Iskra, parada en el umbral, con una sonrisa que era a la vez dulce y venenosa. En sus manos llevaba un sobre blanco, y sus ojos brillaban con una seguridad que lo puso en alerta.
—¿Qué haces aquí? —gruñó Lisandro