El cielo ya no estaba tan claro. El sol, que hace unas horas pegaba con fuerza contra el asfalto, se había escondido detrás de un manto grisáceo que empezaba a teñirlo todo de un tono más frío, como si incluso el clima supiera que algo se estaba quebrando. Valeska bajó del auto apenas este se detuvo frente a la entrada del hospital y no se molestó en cerrar la puerta del todo. Caminó con pasos firmes, pero el pecho le pesaba como si tuviera una piedra encajada en las costillas.
Al llegar al vestíbulo, justo en el momento en que iba a cruzar hacia el ascensor, una figura conocida entró por la puerta de emergencias. Fabricio.
Se detuvieron el uno frente al otro, sin pronunciar palabra. No había necesidad de explicar nada. Las miradas hablaban por sí solas, y la de Fabricio estaba cargada de cosas que no se habían dicho en semanas. Había culpa. Había miedo. Y también una tristeza contenida que lo hacía parecer más viejo, como si esos días de ausencia le hubieran cobrado factura de golpe.