**KLAUS**
Sabía que cada palabra mal colocada podía ser un disparo en lugar de un consuelo. Solo la acompañaba, sintiendo su mano aún aferrada a la mía como si temiera que soltarme la hiciera desaparecer.
Finalmente, fue ella quien habló.
—Nunca había dicho que no —susurró, sin mirarme—. Nunca le había llevado la contraria.
Baje la velocidad. La farola más cercana arrojaba una luz amarillenta que dibujaba la silueta del coche. Me giré para verla. Su rostro no mostraba lágrimas, pero la herida estaba ahí, abierta y viva.
—Y hoy lo hiciste —respondí—. Hoy fuiste más fuerte que nunca.
Negó lentamente con la cabeza, pero sus dedos se apretaron más.
—No me siento fuerte. Me siento rota.
Me acerqué, tomándole el rostro entre las manos, obligándola a mirarme.
—No estás rota. Estás reparándote. Lo estás haciendo desde el momento en que decidiste vivir tu vida y no la que otros esperaban de ti.
Sus ojos se nublaron por un instante. No lloró. Pero tampoco lo necesitaba.
Esa noche dormimos en un