**KLAUS**
No heredará guerras. Solo amor. Ella lloró. Y yo también. Pero por primera vez, no llorábamos por lo perdido. Llorábamos por lo que venía. Por la vida. Para nosotros. Por ese pequeño milagro que llegaba justo cuando todo parecía roto. Y así, con barro en los zapatos, un corazón herido, y un hijo creciendo en el vientre de la mujer que más amo…
Por fin sentí que el mundo volvía a girar en la dirección correcta.
No dormimos esa noche. Ni por cansancio, ni por temor. Simplemente, no queríamos perdernos ni un segundo del silencio que por fin no dolía. Nos sentamos en el viejo sofá del cuarto de reposo, sin luces encendidas, solo el leve parpadeo del monitor cardíaco de Diego al fondo y el sonido pausado de su respiración asistida.
Ella recostó su cabeza en mi hombro. Mi mano descansaba sobre su vientre, como si pudiera proteger desde ya a ese pequeño ser que, sin saberlo, venía a enseñarnos que todavía era posible empezar de nuevo.
—No sé si voy a ser buena madre —susurró Úrsula