**ÚRSULA**
El eco de las últimas palabras del oficiante aún flotaba en el aire mientras mi mente trataba de procesar lo que acabábamos de hacer. Estábamos casados. Mi respiración era pausada, pero dentro de mí, todo se sentía acelerado, como si una corriente invisible me envolviera en la certeza de lo irreversible. Ya no había vuelta atrás.
Miré a Klaus, tratando de descifrar lo que pasaba por su mente. Él estaba tranquilo. Demasiado tranquilo. Como si esta decisión hubiera sido algo que ya tenía calculado desde el primer momento. Su expresión era firme, su postura relajada, y la sombra de una sonrisa se formaba apenas en sus labios.
—Felicitaciones, esposa mía, —murmuró con una seguridad implacable.
Mis mejillas ardieron de nuevo, y no supe si era por la vergüenza o por la incertidumbre que seguía invadiéndome. ¿Qué acababa de hacer? Miré mis manos, sintiendo el peso del anillo recién colocado, como si su presencia en mi dedo sellara mi destino de una manera que aún no lograba compre