**ÚRSULA**
Klaus no estaba mucho. No es que me molestara del todo —aunque a veces su ausencia me pesaba en las noches—. Él decía que la empresa demandaba su atención, que no podía descuidarla ahora que tenía un apellido más que proteger: el mío. Me hablaba de accionistas, de negociaciones delicadas, de inversiones a futuro… y yo asentía, comprendiendo que ese mundo no me pertenecía, pero que, de algún modo, él lo controlaba por los dos.
Mientras tanto, la casa comenzaba a respirar a mi ritmo.
Él lo había hecho posible. Mandó contratar a dos nuevas empleadas: una mucama joven, obediente y discreta, y una mujer mayor que supervisaba todo con un ojo de acero. Ambas respondían primero a mí. Ya no tenía que preguntar, ni pedir con voz tímida. Bastaba con señalar, con sugerir, con mirar. Era un poder silencioso, pero exquisito.
También contrató un jardinero nuevo, un hombre de rostro curtido que entendía cómo querían las rosas recortadas y las glicinas trepando los muros con un orden casi p